La agitación de la vida no debe afectar nuestro verdadero yo, nuestra alma. No puede hacernos olvidar lo más importante.
La chispa divina, que está en nosotros, es nuestro yo real, de la que el cuerpo es solamente un destello.
Por tanto, procura vivir más intesantemente tu vida interior, la vida de tu verdadero yo, de tu alma.
No digas que, en su lugar, lo harías mejor. Porque hasta que no ponemos a prueba nuestra fuerza, no estamos seguro de lo que seríamos capaces. Tal vez harías cosas peores sí ocuparas su lugar. Trata de disculpar porque desconocemos las situaciones en que están los que, en sus hombros, llevan el peso de la responsabilidad pública.